domingo, 1 de agosto de 2010

Sueño de Inmigrante

Estaba inquieto, sabía que como periodista, aún siendo tan joven y en mi comienzo profesional, me estaba jugando muchas cosas en esta entrevista. Hay sucesos que no se vuelven a repetir. Si algo quedó sin contar puede quedar como un agujero negro y difícil de comprobar si sucedió.

Me dirigí a la casa de Domingo Brizio aquel 9 de julio de 1908 a las 7 de la mañana –como él me había sugerido, ir bien temprano-. Repasé algunas de las cosas que me contaron sus bisnietos deteniéndome en aquellas que no fueron detalladas claramente, o en las que tenía incertidumbre, memorizándolas para sacarme las dudas con aquel hombre piamontés.

Salí de mi casa dirigiéndome hacia su campo ubicado en Colonia Leoncita. Mientras iba en la carreta seguía repensando la charla que iba a tener con Domingo. Colonia Leoncita está ubicada al suroeste de Camilo Aldao –donde vivo-, ubicado geográficamente al suroeste de la provincia de Córdoba en el Departamento de Marcos Juárez.

Al fin llegué, me estaba esperando con una taza de café caliente y unos panecillos caseros. Al ver sus manos que depositaban los panes frente a mí, se veían las huellas de un hombre de setenta y siete años de edad. Manos resquebrajadas por los fríos y el trabajo. Su rostro sereno que delataba los pasares de “un hombre sufrido” como se suele decir.

Me comentaron que me estabas buscando ansiosamente para entrevistarme –me dijo mientras servía la leche, ordeñada hacía un poco más de un par de horas, en la taza de café-. ¿Qué puede ser lo que un viejo agricultor puede tener de novedoso para contar?

Sí es cierto, lo estaba buscando. Es que usted Domingo es parte de nuestra historia, miles llegaron como usted y cada historia tiene su propio peso. ¿Coménteme porque decidió venirse de Italia con su esposa y sus seis hijos?

Siete hijos, reafirmó. La historia de Giuseppe (José) no llegó a ellos. Muchas cosas juntas me motivaron a venir… (Se hizo un silencio cómplice, como si el recuerdo estuviera pasando por su mente como un segundero que corre y que lo deja inmóvil). Por aquellos tiempos la miseria era grande en Italia. Éramos muchos, la pobreza era cruel; agregado a eso el constante aire bélico que se respiraba. El solo pensar que mi hijo Giacomo (Santiago) tenía 16 años–el mayor de los varones-, en cualquier momento podía ser alistado para la guerra, me aterraba.

Comenzaron a sentirse rumores de mejores augurios por América, las promesas eran muchas. Y con poco que ofrecieran bastaba. Nosotros vivíamos en Cavallermaggiore, provincia de Cuneo, en la región Piamontesa. Algo de dinero para comprar tierras teníamos y las noticias a través de cartas de parientes y amigos emigrados a Argentina eran que aquí se vivía mejor. Así muchos nos vinimos. El puerto de Génova no nos quedaba tan lejos. Fue así que nos tomamos el barco Río de Janeiro rumbo a Buenos Aires.

Cuénteme del viaje, le dije masticando una rodaja de pan con manteca y dulce de zapallo casero que me ofreció con la taza de café. Casi ni pestañeaba mirándolo con atención. Con la mirada fija en un punto comenzó el relato.

Creo que fue el momento de mi vida donde más observé con detalle a mis hijos -me dijo, mirando fijamente un porta retrato familiar ubicado a mis espaldas-. No dejaba de mirarlos y pensaba en el futuro incierto que nos esperaba. Casi dos meses de viaje, arribamos al Puerto de Buenos Aires el 18 de octubre de 1883. Fueron los días más inciertos, las comodidades no eran las mejores en aquella famosa tercera clase del barco, pero se venía con la esperanza de una vida nueva. Eran muchas las personas que viajábamos, los servicios no eran muy buenos, pero sobrevivimos.

En ese momento mi vista se distrajo con la fisonomía del living donde estábamos sentados, una araña gigante  con sus lámparas a kerosene, un piso vistoso y un vetterli colgado sobre el hogar adornaban aquel lugar; abandoné la observación  para volver la mirada a su rostro y preguntarle cómo y dónde se instalaron en la Argentina.

Ese vetterli que estas mirando me lo regalaron junto con la compra de estas tierras para defendernos de los malones, dijo al paso y siguió con el relato.

Aquí, estaba asentado en el norte de Santa Fe un primo mío. Nos instalamos un par de días en el Hotel de los inmigrantes en la Calle Cerrito en Buenos Aires, hasta poder tomar el tren. Recuerdo aquellas mesas largas donde comíamos todos juntos, los panes sobre la mesa y la larga espera de los escasos platos de comida .

Luego nos fuimos en tren hasta Santa Fe y de allí en carruaje hasta la zona de colonia Santa Clara, recientemente fundada por esa época. Allí fuimos muchos. Le llamaban la zona de las colonias. Llegamos antes de muchas cosas: el tren hacia las colonias se construyó en 1884, muchas colonias y pueblos recién surgían.

Allá nos pasó algo terrible. Catterina (Catalina) mi mujer y mi hijo Giuseppe (José) de 13 años murieron de cólera. Maldita peste que hacía estragos. Como es un tramo negro de nuestra historia quedó enterrado en mís entrañas, por eso mis bis nietos no saben mucho de aquellos momentos.

Tomé a mis hijos y en carruaje nos vinimos a instalar en la zona de colonia Leoncita. Había versiones que por allí eran buenas tierras y se estaban vendiendo a buen precio. Así que nos fuimos más para el sur pero cambiando a la provincia de Córdoba. Por aquellos tiempos el auge de venir a la Argentina motivó a muchos a dedicarse a comprar tierras para revenderla a inmigrantes. En Colonia Leoncita había una Compañía Anónima de Colonización y Tierras Limitada a la que le compramos este campo.

Sentía que le faltaba contarme muchas cosas, sobre los parientes en Italia, más sobre el viaje, y como fue su vida al norte de Santa Fe, como se desarrolló la vida en Colonia Leoncita y otras andanzas familiares. Me dispongo a comenzar con el manojo de preguntas para develar aquellas historias ocultas por falla de la tradición oral de la familia, pero siento un ruido en la puerta…

Escucho un ruido que me despierta. Empiezo a recordar lo que estaba soñando. Me doy cuenta que esto de saber sobre mis ancestros e informarme sobre la historia familiar me estaba rondando desde hace rato en la cabeza y me producía un poco de ansiedad.

Al no contar hoy con alguien de aquellas generaciones que supiera develarme el misterio de aquellas épocas, hacía que cierta parte de la historia de mi familia aquí en la Argentina no se pudiera develar. Solo algunos recuerdos que me cuentan nietos de los niños que llegaron de la provincia de Cuneo.

Cuando uno es adolescente no presta mucha atención a estas cosas y es cuando aquellos que nos las pueden enseñar están a nuestro lado, cuando despierta queriendo conocer de su historia se da cuenta que quienes se la pueden contar ya no están a su lado.

Lo que daría por un café con leche recién ordeñada y un pedazo de pan casero junto al hogar, escuchando de la boca de mi tatarabuelo Domingo Brizio la historia oficial de aquella generación que vino de Italia.